RESEÑA:
Bienmesabes, otras gastroficciones de Lena Yau
por Alberto Hernández • Lunes 24 de junio de 2019 – Letralia
Foto: Emilio Kabchi.
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El lector pone la mesa y el narrador lee la comida. Podrían pensar que es al revés. Cada plato nos relata las aventuras de los comensales. Por esa razón, el narrador nos lee en tanto yantamos, comemos. El sabor transita por cada fragmento donde los personajes, los que se hartan, celebran o abandonan el comedor, hablan, recrean, mencionan las exquisiteces, se aburren, dejan de conocer la textura de la lengua amada luego de un beso o incitan con los mariscos a favorecer la eternidad o el final de una relación amorosa.
Somos —el plural podría ser mayestático o no— objeto de lectura, por ser lectores narrados por quien se vale de unos personajes para representarnos. Saborearnos. Metáforas o elipsis, hipérboles o tentaciones. Suculencias o “desabrideces”, que son pocas, descifran o traducen el fragor de ser parte de unas páginas.
Quienes entran y salen de estos cuentos de Lena Yau (Caracas, 1968), cuyo título nos traslada a viejos recuerdos, Bienmesabes, saben —sí, saben— que terminarán, como le ha pasado a este cronista, aspirando (vaya el gerundio con el bouquet del vino) a toparse con uno de los platos que los cocineros han elaborado para gusto de los invitados.
«Hombres y mujeres. Olores, espaldas y vientres para el follar y demás virtudes teologales que andan entre cuento y cuento»
Leerse desde la estética del sabor, desde la gula que sostiene el aroma, desde estas gastroficciones que Lena Yau ha inventado para hacer de la mesa recurrencia humana.
Leernos desde ella, con ella.
Nuestra narradora, experta en asuntos del alma gastronómica, vuela, flota, cuenta alrededor de los distintos adornos o aliños que le propicia la buena cocina y le añade eventos, acciones, conductas, perplejidades con un aditamento sorpresivo: el humor negro, o el humor sinuoso como frecuencia para no olvidar el sabor de la comida, su tesitura, o el del cuerpo que ha sido macerado con besos, caricias o palabras.
Cada historia hace la ronda del aroma, de la sápida multiplicación de la pericia de un chef anónimo o conocido, bien sea para metaficcionar el ambiente o para hacer que la ficción nos ficcione o nos realice. Es decir, el lector es leído por el oficio de ser ente del placer gustativo, rodeado de avatares, experiencias con finales inesperados, guiños artísticos, perfiles sicológicos y juegos de abalorios en los que nuestra Lena Yau se luce con soltura.