En este momento estás viendo Caracas me caigo pero no me rompo
Foto: Efrén Hernández Arias
  • Autor de la entrada:
  • Categoría de la entrada:ARTÍCULOS

Foto: Efrén Hernández Arias

LENA YAU

26/07/2020 08:00 AM

LA METRÓPOLI COMO UN VESTIDO QUE SE USA AL DERECHO Y AL REVÉS, DE LA DICHA QUE SE CUENTA EN TÚNELES EN REVERSA.


Caracas me caigo pero no me rompo; ciudad de tripas afuera, olla que hierve a los pies del animal dormido, Caracas y los 80 con Marrero pidiendo trabajo cartel en mano, no soy un vagabundo, soy economista; Caracas y los murales de Juan en los barrios, Juan pintor y Juan poeta trazando en colores y cantando en versos a la urbe que llamó Isla; Caracas y las colas en sus vías, su asfalto de ciempiés, de araña, de pulpo, de fundador, el carro trampa si se erraba el cálculo del segundero, sin el comodin de un celular y con vendedores de papita maní tostón, de chupis y cerveza guillada, de rosas sembradas en las riberas de El Guaire según la leyenda urbana. Baja el vidrio pa´ comprar coquitos también; hay juego, hay un carro accidentado, hay un choque, llénate de paciencia, entra en la primera salida y desvíate, estaciona en La Previsora y ve a un cine no planificado mientras baja el tráfico, pasa por el Gran Café a ver a quién te encuentras, tómate unas cervezas en El Hudson del Callejón de la puñalada que siempre las acompañan con unas papitas dudosas pero ricas, sigue a La Tasca, allí están tus panas, a La Huerta, al Maní, al Oh gran sol. Caracas y el rastro lunar sobre el boulevard, deshacer el camino, recoger el carro, tomar la Libertador, parar y darle la cola a Sandy, ¿quién tiene miedo con 20 años? ¡Estudio Letras y tengo súper poderes! Y Sandy que me da consejos de maquillaje, mami, píntate un poquito, que me enseña sus plataformas, que me quiere acompañar a Las trompetas de México pero todavía le quedan horas de trabajo. No importa, le digo, nos encontramos en El León. 

Y más noche avanzada en uno de los pocos lugares en los que se conseguía Solera en esa época, dos de anchoas y una primavera, ¿quién tiene monte? ¿damos una marivuelta?, el sonido de las puertas cerrándose, los casetes sonando en el reproductor, mi mirada pegada al retrovisor para controlar ladrones y pacos, un golpe, el caucho cae en una tronera, no quiero cambiarlo, se te va a estropear el rin, mandibulea una voz que no era parte del grupo, que lleva muletas, ¿y tú quién eres?, digo, ¿yo?, dice, soy el chino Cano, y los ojos como platos, la incredulidad, la risa, las páginas de un libro sobre crímenes y poderes. Caracas y el reparto, dejar a cada uno en su casa y volar a la mía que mañana hay clase, abrazar al jabillo a las tres de la mañana, darle las gracias por tantos años compartidos, ¿te acuerdas cuando era chiquita y esperaba al trasporte contigo? 

Foto: Efrén Hernández Arias

¿Te acuerdas de mi lonchera de La casa de la pradera? ¿Te acuerdas que te contaba que me gustaba el Toddy en lata y que rompía los termos a propósito para que mi mamá me comprara Toddy en el abasto? ¿Te acuerdas de lo que te conté del profesor de natación, del vecino del hueco en la puerta, de la viejita que me regalaba los sellos de las cartas que no abría?

Caracas antes del primer destierro, María Moñitos y la avenida, la mano de mamá llevándome a las clases de natación en el Ymca de La Castellana, el Volkswagen que se dejó rodar con el motor apagado para sorprendernos, el bolso arrebatado, la carrera de mi mamá persiguiendo a los ladrones para que le devolvieran los papeles, sus lágrimas diciéndole a mi yo niña que en la cartera llevaba los papeles que la convertían en venezolana, otra vez a extranjería, suspiraba, y a mí me parecía chévere volver a pesar de su tristeza, porque extranjería era una palabra y un lugar que me gustaban, porque allí siempre había un adulto que se ofrecía a comprarme un panqué de frutas, porque escuchaba muchos idiomas y acentos y pensaba que el mundo en pequeñito quedaba allí. Chacao de la vida temprana, del colegio, del mercado libre, del seguro social al que mi abuela iba llena de orgullo, de las iglesias a las que me obligaban, del terror a las imágenes, del parque frente a la pastelería en la que vendían un dulce que muchos años después y con mar de por medio supe que se llamaba Carolina. Mis patines en sus plazas, la niña que paseaba a una gallina con correa y el perro que no pudo lidiar con la tentación, las plumas y el llanto, los bachacos culones, las chicharras en striptease, la hora del carrito de raspados y del heladero. La ciudad cambiando de ropa antes y después de las elecciones, la jaula de King Kong, el silbato de Piñerua, las obras del metro, las tiendas liquidando las existencias porque nos lleva el tren, pero volvemos. Y cumplieron porque Caracas es eso, un vestido que se usa al derecho y al revés, costuras y cicatrices, encajes y molduras, hermosa sonrisa a la que en ocasiones le faltan dientes. Vestigios del terremoto del 67 por aquí, un elevado que ya no se usa por allá, la luz, el verde que explota, el cerro que muta, el aire que lleva alarmas y trinos.

Llega el destierro a una ciudad cercana, la idea de atarme al tronco de pinchos, de colgar un pañuelo con mudas en un palo de escoba y fugarme, pedirle a mi abuela que me adoptara. Siete años que me parecieron 70, conté los días como lo haría un preso en la pared de su celda, resta en palitos y una línea en diagonal, le cambié el nombre a la alegría, la bajada de Tazón se convirtió en mi fiesta, nunca uses la rampa de frenado, vuelve a tu sitio, tu lugar te reclama., Tazón se mudó al aire con segundo destierro, la promesa es la línea de luces que anuncia un borde de costa, el óvalo de la ventanilla enmarca la entrada a mi Casa Cuna, el vértigo que sentía en la bajada que precedía a la entrada a mi ciudad, lo siento ahora en las taquillas de inmigración, en el carrusel de las maletas, en las preguntas de aduana, en la posibilidad de un cuartito al que llamo El coco, en la caminata hasta el carro de mi prima.
Apenas dejo el aeropuerto, mi dicha se cuenta en túneles en reversa, en el reconocimiento del paisaje a pesar de la obscuridad, Hornos de cal, el Botánico y el rio, nos acercamos a la pirámide invertida, subimos hacia la casa, desempaco con sapitos de fondo y con el amor en desorden.
Caracas soy y no me compadezcas, Caracas trátame bien, Caracas yo vuelvo, Caracas en ti estoy.
En tus calles es mi lengua. En tu espacio todo es posible.


Publicado originalmente en En el tapete

https://www.eneltapete.com/identidad/1476/caracas-me-caigo-pero-no-me-rompo

Lena Yau

Lena Yau (Caracas, 1968) Narradora, poeta, periodista e investigadora Especialista en el vínculo entre literatura e ingesta. Licenciada en Letras y Máster en Comunicación Social por la Universidad Católica Andrés Bello.